El pozole es uno de esos platillos que nos hacen sentir en casa, una deliciosa mezcla de carne, maíz y especias que despierta sonrisas y memorias en cada bocado. Este platillo, tan querido en México, no solo es un símbolo de celebración, especialmente durante el 15 de septiembre, sino que también tiene una historia que, si nos detenemos a reflexionar, puede volverse inquietante.
El pozole no tiene un solo color, ni un solo sabor; encontramos versiones blancas, rojas y verdes, cada una con su carácter único. A menudo acompañado de lechuga, cebolla, cilantro, rábanos y unas crujientes tostadas, es un plato que se disfruta en restaurantes y casas durante todo el año.
Un origen espumoso con secretos ancestrales
Sin embargo, lo que pocos saben es que su nombre proviene del náhuatl “potsoli”, que significa espumoso, y los ecos de su historia llegan hasta nuestros días, revelando secretos oscuros.
A lo largo de los siglos, el pozole ha acompañado a los mexicanos en celebraciones y rituales. En la antigua Ciudad de Tenochtitlán, este platillo no era simple comida. Se consumía durante la festividad de Tlacaxipehualiztli, dedicado al dios Xipe Totec, conocido como “Nuestro Señor el Desollado”.
Durante esta celebración, los aztecas realizaban sacrificios humanos, y se dice que la carne de los sacrificados se mezclaba con maíz, creando lo que hoy conocemos como pozole.
Sacrificio, ritual y poder: el lado oculto del pozole
La idea de que la carne humana formara parte de la dieta azteca puede resultar chocante. Según algunos historiadores, la mayoría de los ciudadanos no consumían carne humana; más bien, era un plato reservado para la realeza y los sacerdotes. Los sacrificios eran considerados actos sagrados; al compartir este alimento, los aztecas creían que estaban conectando con lo divino.
Y no solo eso. Se ha documentado que algunos participantes de estos rituales llevaban la piel de los sacrificados durante varios días, como un acto de conexión y agradecimiento a los dioses.
Esta práctica, que podría causar revuelo en la actualidad, muestra la complejidad de la cosmovisión azteca, donde cada ritual y cada sacrificio tenían un lugar en la vida cotidiana y espiritual.
Entre arqueología y creencias: ¿mito o verdad histórica?
Además, aunque algunos archeólogos han cuestionado la existencia del canibalismo en la cultura azteca, los hallazgos de restos óseos con marcas de fuego y cortes sugieren que estos rituales eran reales y frecuentemente auténticos. Esto deja un interrogante abierto sobre cómo interpretaban los aztecas la vida, la muerte y lo que hay más allá.
Así que, la próxima vez que disfrutes de un humeante plato de pozole, toma un momento para reflexionar sobre lo que realmente estás degustando.
Este platillo, lleno de sabor y tradición, nos conecta con nuestras raíces, pero también nos recuerda la complejidad de las prácticas y creencias de nuestros antepasados. Tras cada bocado hay una historia que, aunque perturbadora, es parte de la rica cultura que define a México. El pozole no es solo comida; es historia, es ritual, es memoria.
